Zaragoza estaba en mi lista de destinos pendientes desde hace tiempo. Hice una visita exprés allá por 2006 (parece otra era), y tenía muchas ganas de volver. Por fin, el otro día, los astros se alinearon y pude dedicarle un día (o unas horas, más bien) a esta bonita ciudad.
Viaje Madrid-Zaragoza
Para viajar elegimos el autobús, ya que paraba en Alcalá de
Henares y nos venía bien, además de ser económico. Ida y vuelta en el primer y
el último bus del día nos salió por unos 30€ cada una. Desde Alcalá se tarda
unas 3h30, ya que hace varias paradas, pero el autobús fue cómodo y contaba con
pantallas y cargadores USB. El viaje no se hizo pesado.
También puedes ir en AVE, pero esta opción se nos salía de
madre, al menos esta vez. Con tiempo, los billetes pueden salir bastante
baratos.
Llegamos a Zaragoza: ¡comienza la visita exprés!
Sobre las 11 de la mañana llegamos a la estación de
Zaragoza. Se encuentra a unos 3 kilómetros del centro, por lo que, si tu primer
destino es ese, te recomiendo que cojas el autobús 34 en la misma puerta
de la estación. El viaje cuesta 1,35€ y tardas aproximadamente media hora hasta
el casco histórico.
Nosotras fuimos andando hasta la Aljafería, la primera
parada del día. Es prácticamente en línea recta, y en 20 minutos andando estás
allí. La verdad es que esa zona me resultó un poco descuidada, y el camino
hasta la Aljafería, muy mal señalizado para peatones (no vimos ningún cartel
tampoco para vehículos).
Pero preguntando se llega a todas partes, y de entre la
niebla (aunque no lo parezca, había niebla) surgió aquella fortaleza islámica
que tantas ganas tenía de revisitar. Por ser domingo, la entrada era gratuita,
en horario de 10 a 14h. Entre semana, el precio es de 5€.
- ¡Atención! Sobre las 13h. ya estaban cerradas las puertas por exceso de aforo, tenlo en cuenta para organizar tu visita.
El interior tiene un aire a la Alhambra que tira pa’tras, y a mí, que el arte islámico me
fascina, me hizo disfrutar de cada rincón. Eso sí, estaba masificado de narices
aquel día.
Después de visitar la Aljafería, pusimos rumbo al centro.
Por el camino entramos a la Parroquia Nuestra Señora del Portillo, que me
encantó sobre todo por la capillita donde está Nuestra Señora de Lourdes, que
simula una gruta excavada en la piedra.
Paseamos por la Calle Alfonso I, preciosa con las luces
navideñas y llegamos a la Plaza del Pilar, donde no nos detuvimos porque ya
queríamos comer. Para reponer fuerzas fuimos a Casa Dominó, donde por 16€
comimos un par de tostas deliciosas (allí las llaman “montados”), unas migas
con chorizo picante y dos vermuts.
Después de comer entramos en calor en el Café Odeón, donde
además compartimos un rato agradable de charla con Mónica, de Libreta Viajera,
que a partir de entonces se convirtió en nuestra guía de la ciudad.
El tiempo se estropeaba a pasos agigantados, y la niebla dio
paso a la lluvia, así que pasamos a la Basílica del Pilar. Saludamos a la
Pilarica y observamos detenidamente cada rincón del templo, incluyendo el pilar
que sostiene a la virgen y que todo el mundo besaba.
Al salir, paraguas en mano, Mónica nos llevó al Puente de
Santiago, desde donde se pueden ver las vistas de la primera foto del post. Por
el camino vimos el Mercado (ahora en restauración), las murallas de
Caesaraugusta y la Iglesia de San Juan de los Panetes, que es la particular
Torre de Pisa zaragozana.
La lluvia ya no paraba, así que nos despedimos de Mónica y
pasamos a la Catedral del Salvador, también llamada la Seo. Entrar cuesta 4€, y
te permite recorrer el templo y el museo de tapices. A mí los tapices no me
fascinan, pero esta colección está considerada como una de las más importantes
del mundo por su antigüedad, rareza y número.
A la salida de la Catedral la lluvia ya era diluvio, pero
eso no nos impidió disfrutar de la Plaza del Pilar y sus puestos navideños que,
con sus luces reflejadas en el suelo, duplicaban el encanto de la ciudad.
Así, entre agua, luces y bullicio, se acabó nuestra visita
exprés a Zaragoza. Fue de esas visitas revitalizadoras, que hacen que en tu
cuerpo entre energía nueva y positiva y que aunque duren poco, siempre perduran
en la memoria.
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