Más de
dos siglos hace que nació el Real Jardín Botánico de Madrid. Y 28 años han
tenido que pasar desde que yo nací para ir a visitarlo 😁 Mi primer plan para celebrar mi libertad de exámenes fue visitar este pedacito
verde en el corazón de Madrid, y he de decir que me arrepiento de no haber ido
antes.
Más de 5.000 especies de plantas conviven en este recinto,
declarado Jardín Histórico en 1942, y puedes visitarlas por tan solo 4€ (tarifa
estándar, 2€ si eres estudiante y gratis si estás en paro).
En la web te ofrecen folletos de itinerarios auto guiados y
yo decidí imprimirme uno que se llamaba “La vuelta al mundo en 80 plantas”.
Una vez allí, me resultó imposible de seguir, y fui al azar, siguiendo por los
caminos que más me llamaban la atención a la vista. Hay que tener en cuenta que no es como seguir un itinerario en un
museo, con cuadros o esculturas perfectamente estructurados. Aquí, en el Botánico, una planta tapa a otra y los carteles se ocultan tras hojas y
ramas.
Si tienes tiempo, te recomiendo que hagas una visita muy
tranquila, disfrutando de cada planta y sentándote en los bancos a ver y oler
el paisaje. Son 8 hectáreas, así que hazte a la idea de que la visita te va a
llevar mínimo dos horas.
Además del jardín propiamente dicho, hay invernaderos, una
colección de bonsáis (donada por el ex-presidente Felipe González) y varios
estanques. El jardín se divide en terrazas, que a su vez están ordenadas por
temáticas.
Especialmente curiosa me resultó la parte de la huerta (sí,
soy así de simple), porque había algunas de las plantas que no había visto
nunca, como la de la fresa. Me gustó ver de dónde salen esas cositas tan ricas que
cocinamos en casa.
La zona del invernadero Santiago Castroviejo fue fascinante,
además de muy bonita. A través de tres estancias viajabas a diferentes climas,
mientras veías plantas crasas (véase Wikipedia para saber qué narices son las
“plantas crasas”) plantas de las Islas
Canarias, tropicales y de la selva ecuatorial.
Los bonsáis están colocados en la parte más alta del jardín, y aunque me
gustaron bastante, también me cansaron rápido. Había bonsáis españoles, pero
también de Asia y América.
Por último quería destacar los catalogados como “árboles
singulares”, que son, entre otros, aquellos plantados en el siglo
XVIII y XIX. Aquí acabamos la visita al Jardín Botánico, pensando en volver en otra época del año a disfrutar de otros colores y olores de las plantas. La ventaja que tiene este museo viviente es que cada día, cada mes y, por supuesto cada estación, cambia. ¿Tú has estado alguna vez? ¡Cuéntame!
Ahora hay que visitarlo en otra época del año. En otoño creo que es espectacular :)
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